lunes, 26 de diciembre de 2016

Momento de reflexión


En algún momento, entre el sonido melódico de los villancicos radiales, la invasión de los anuncios publicitarios, la luminosidad de las tiendas, el caos de las compras navideñas, ya sea frente al pesebre o al árbol de navidad, ya sea en la soledad de tu habitación o en alguna calle caótica de la ciudad,  podríamos darnos el mejor de los regalos: el de la meditación. Con ella nos vinculamos con nosotros mismos, escuchamos nuestra voz interior, para acercarnos a Dios.

Estos últimos días del año, entre la navidad y un año que finaliza, o mejor dicho un año que inicia, es momento para propiciar una profunda reflexión y analizar nuestra vida, nuestro paso por las horas, por los días, por el año, es momento de analizar nuestros logros, nuestras metas cumplidas, nuestras relaciones con la familia y amigos, es momento de evaluar nuestras fortalezas y debilidades, es momento de autoevaluarnos, es momento de meditar.

Aparte de los regalos materiales de estas fiestas, están aquellos, muchos más valiosos, en los que apenas reparamos, a pesar de que son muy publicitados: la vida, el amor por la familia, la amistad, nuestra fe en Dios, el compartir con nuestros seres queridos, el estar aquí, el ahora, el valorar los momentos especiales que la vida nos depara, como es un abrazo con un familiar que hace tiempo de no vemos, o dedicar un momento del día a jugar con ese objeto insignificante para nosotros pero de mucho importancia para nuestros hijos, no es en si el regalo lo valioso, lo importante es el tiempo que dedicamos para jugar, lo valioso es reír mientras corremos detrás de este autito en miniatura.

Nuestra íntima meditación abarcaría los sucesos personales y familiares vividos durante el año. Los objetivos alcanzados. Las ganancias y las pérdidas. Abarcaría nuestra relación familiar, nos llevaría a perdonar nuestras ofensas, perdonar  a nuestros enemigos, reconocer nuestros errores y festejar nuestras victorias, la meditación nos llevaría a ese dialogo entre yo y mi yo interior, ese que todo el año me dije con su vocecita baja que debo o no debo hacer. Ese que me abofetea la psiquis cuando me equivoco y me eleva el ego cuando hago algo bien, eso yo, el yo que muchas veces ignoro.

Lo dijo el poeta Antonio Machado: “Converso con el hombre que siempre está conmigo. Quien habla solo, espera hablarle a Dios un día”. Reconozcamos reflexivamente los dones que Dios nos dio y gocemos de ellos a plenitud: el amor, la amistad, la familia, la salud, la vida, el trabajo. Reencontrémonos con lo esencial de la vida. Meditemos, reflexionemos, que ese momento intimo sea el inicio de las nuevas energías que serán trasmitidas a cada día del 2017. Porque en un cerrar y abrir de ojos estaremos con una vida vivida, estaremos nuevamente sentados en la soledad de una habitación ya no solo meditando el año que acaba si no evaluando la vida que termina, estaremos meditando nuestro paso por este mundo, ahí nos daríamos cuenta si esas reflexiones anuales nos llevaron a un camino guiado en las enseñanzas de Dios. Ahí podremos decir hemos cumplido. Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo.