En algún momento, entre el sonido melódico de los
villancicos radiales, la invasión de los anuncios publicitarios, la luminosidad
de las tiendas, el caos de las compras navideñas, ya sea frente al pesebre o al
árbol de navidad, ya sea en la soledad de tu habitación o en alguna calle
caótica de la ciudad, podríamos darnos
el mejor de los regalos: el de la meditación. Con ella nos vinculamos con
nosotros mismos, escuchamos nuestra voz interior, para acercarnos a Dios.
Estos últimos días del año, entre la navidad y un año
que finaliza, o mejor dicho un año que inicia, es momento para propiciar una
profunda reflexión y analizar nuestra vida, nuestro paso por las horas, por los
días, por el año, es momento de analizar nuestros logros, nuestras metas
cumplidas, nuestras relaciones con la familia y amigos, es momento de evaluar
nuestras fortalezas y debilidades, es momento de autoevaluarnos, es momento de
meditar.
Aparte de los regalos materiales de estas fiestas,
están aquellos, muchos más valiosos, en los que apenas reparamos, a pesar de
que son muy publicitados: la vida, el amor por la familia, la amistad, nuestra
fe en Dios, el compartir con nuestros seres queridos, el estar aquí, el ahora,
el valorar los momentos especiales que la vida nos depara, como es un abrazo
con un familiar que hace tiempo de no vemos, o dedicar un momento del día a
jugar con ese objeto insignificante para nosotros pero de mucho importancia para
nuestros hijos, no es en si el regalo lo valioso, lo importante es el tiempo
que dedicamos para jugar, lo valioso es reír mientras corremos detrás de este
autito en miniatura.
Nuestra íntima meditación abarcaría los sucesos
personales y familiares vividos durante el año. Los objetivos alcanzados. Las ganancias
y las pérdidas. Abarcaría nuestra relación familiar, nos llevaría a perdonar
nuestras ofensas, perdonar a nuestros
enemigos, reconocer nuestros errores y festejar nuestras victorias, la
meditación nos llevaría a ese dialogo entre yo y mi yo interior, ese que todo
el año me dije con su vocecita baja que debo o no debo hacer. Ese que me
abofetea la psiquis cuando me equivoco y me eleva el ego cuando hago algo bien,
eso yo, el yo que muchas veces ignoro.
Lo dijo el poeta Antonio Machado: “Converso con el
hombre que siempre está conmigo. Quien habla solo, espera hablarle a Dios un
día”. Reconozcamos reflexivamente los dones que Dios nos dio y gocemos de ellos
a plenitud: el amor, la amistad, la familia, la salud, la vida, el trabajo.
Reencontrémonos con lo esencial de la vida. Meditemos, reflexionemos, que ese
momento intimo sea el inicio de las nuevas energías que serán trasmitidas a
cada día del 2017. Porque en un cerrar y abrir de ojos estaremos con una vida
vivida, estaremos nuevamente sentados en la soledad de una habitación ya no
solo meditando el año que acaba si no evaluando la vida que termina, estaremos
meditando nuestro paso por este mundo, ahí nos daríamos cuenta si esas
reflexiones anuales nos llevaron a un camino guiado en las enseñanzas de Dios.
Ahí podremos decir hemos cumplido. Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo.