A
doscientos kilómetros está Gutiérrez una comunidad guaraní donde resucitan los
muertos, media hora antes de llegar se pasa por la comunidad Tatarenda, allí
hay una laguna de azufre.
La
tía julia según me comenta los ha visto caminar, si bien ella tiene sus años
avanzados recientemente ha ido al oculista y le han subido su medida de lente,
ella los vé, no todas las noches pero los vé.
Justo
para la semana santa aprovechando los feriados fui a visitarla, ella estaba
ahí, donde siempre, sentada en su sillón, ese que sólo ella usa, sentada en la
vereda de la calle a tres pasos de la puerta de entrada.
-Hola
tía le digo.
-Que
gusto verte, hijito, hace rato que no venias a visitarme, me respondió.
En
medio de la conversación apareció la tía norma, hija de la tía julia, los dos
nos callamos y no comentamos más del tema.
-Qué
es de tu suegra, me pregunta la tía norma.
-
Está en la casa, no pudo acompañarnos, le respondí.
- No
te olvides que a las siete es la misa donde lavan los pies, esa que siempre
vamos las dos me dice la tía norma al momento que se para y se entra a su casa,
iré a ver cómo anda la cocina, ahora
eres nuestro invitado me dijo.
-hijo,
los he visto más seguido me dice la tía norma, acá a tres cuadras a donde está
el bateón de la clínica, allí los veo seguidos.
-¡será
tía¡
-mijo
seré vieja pero no loca, acá las almas vagan, vueltean, pirañean, y qué más
harán en la oscuridad.
-¡no
me haga dar miedo tía, le dije.
-¡hijo¡
hay que tener miedo a los vivos que esos te pueden hacer daño, los muertos a
parte de asustarte no te hacen nada, me respondió.
En
ese momento una briza sopló la cara de los dos, la tía norma me miró fijo y no
hizo ningún comentario.
-me
voy a dormir, esa briza de otoño me ha ablandado el cuerpo, tal vez sueñe
contigo mijo.
-Gracias
tía, nos vemos en el almuerzo. Le respondí.
Desde
esa vez no la he vuelto a ver, y tengo miedo de encontrarla en el bateón
charlando con sus amigos.