viernes, 19 de abril de 2019

Silencio


Ahora viernes, entre las velas de la noche o esa hora de la tarde, donde el día pelea por quedarse, donde la noche puja por apropiarse de todo y penetrar hasta los rincones más lejanos, hasta que lo hace y todo se oscurece.

Ahora, mientras el tiempo se pasa revisando estados, enviando mensajes, contando los famosos like que te quitan el sueño y te hacen pensar cosas que en realidad no son.

Ahora, entre recuerdos lejanos o algunos que no se si son recuerdos o quien sabe algunos sueños perdidos en esa noche oscura de luna llena, que vuelven a la mente como puñales o como mensajes quizá,

Ahora, escribo, deje de lado el celular con sus redes, con sus mensajes, con sus llamadas, deje de lado todo, y me puse a escribir, tenía los dedeos entumecidos y la mente extraviada, no había dormido días quizá,

Pero escribí, empecé a recordar los momentos o la noche o el día o la luna, esa luna llena o una mirada, o un like, o nada, y revisando historias y fotos antiguas encontré una extraviada en medio de la selva, en medio de un montón de imágenes y videos que se almacenan sin saber que son ni que quieren.

Y escribí esto, quizá sea un carta, o un mensaje escondido o unas coordenadas para encontrar un tesoro que hace años se perdió o un noticia de un loco melancólico que escribe cosas son sentido o cosas que le salen de algún lado, quizás.

Y ahora, que no sé cómo terminar lo que escribo y no sale nada y apago la luz para quedarme con la luz de la luna esa que me acompaño desde el principio y no logro conjugar una solo palabra por que las cosas no tienen sentido, quizás.

Y, cuando leas esto quizás en el celular o en la portátil, cuando leas quizá será de noche, noche de luna llena, cuando estas letras entren por tus ojos, el silencio se irá apoderando poco poco y los recuerdos aparecerán por la mente como aparecen esos esas fotos y videos que nunca quieres ver.

Ahora viernes, escribo, pensando y recordando cosas que quizás, algún día podamos revisarlas sentados en un café charlando hasta que el silencio se haga parte de la noche.




miércoles, 17 de abril de 2019

Los ojos


Ese dolor de cabeza lo acompañó por varios días, primero fue un leve dolorcito que empezó detrás de los ojos, luego las punzadas empezaron por la parte detrás de la oreja para prolongarse por la frente, hasta producirle un vómito tan fuerte que tuvo que ser internado en una clínica ubicada a diez minutos de su casa.

Una luz blanca irradiaba por toda la frente, una mano de color blanco se movía delante de sus ojos como si lo estuviera saludando, esos dos, seis, ocho, diez, doce o catorce ojos que clavaban su mirada, esas punzadas que iban y venían, que aparecían y luego se iban perdiendo, esas gotas del suero que iban bajando a un ritmo pausado, un sonido parecido a una alarme de movilidad se esparcía en el ambiente.

-Está bien dijo el señor de verde.

-El, cerró los ojos.
En su boca había un tubo que no lo dejaba respirar, ese tubo estaba conectado a la máquina que inflaba y desinflaba una especia de vejiga o globo. Ya solo quedaban seis u ocho ojos, el color del uniforme había cambiado ya no eran blanco sino verde y uno o dos de color plomo.

-Le duele, preguntó el de plomo.

-El, hizo un movimiento de cabeza brusco con un signo de negación.

-Perfecto, estamos bien respondió el de plomo.

La luz blanca volvió a irradiar en la frente, un pasillo lejano, blanquecino parecido a una cueva y el fondo algo verde que no se llegaba a distinguir que era.
Otra vez los ojos, ahora eran unos veinte o unos treinta a ellos se sumaban unas cuarenta manos que estaban por todos lados parecían malabaristas en las rotondas levantando espadas, bolas, botellas esperando que algún ingenuo conductor se pare para darle unos pesos  que alivianen el día.

El sonido se fue apagando un silencio se apoderó de la sala y poco a poco los ojos se fueron convirtiéndose en un cuarto oscuro.

Fallido


Nunca más llegó ese mensaje,
solo fueron dos, o quizá tres,
o cuatro,
quizá fue una mínima esperanza,
o algo parecido,
quizá fue ese beso imaginario
o una ilusión
quizá ese presentimiento lejano
o un sueño en la noche
nunca más llegó,
ahora estoy desconectado.

Electricidad no te vayas por favor


El jueves luego del trabajo llegué a mi casa y antes de escribir esta nota me propuse lo siguiente: bajaría el interruptor de corriente desde las ocho de la noche hasta el día siguiente y evidenciaría en carne propia lo que están pasando los venezolanos.
A la hora establecida bajé el interruptor, la casa se quedó en tinieblas, la poca luz que entraba era la de los vecinos y la del alumbrado público, con mi celular fui al velador a conseguir el paquete de velas que tenía guardado desde hace unos años atrás cuando en nuestra ciudad pasó lo mismo, pero solo por corto tiempo.
Encendí velas en lugares estratégicos de la casa, una en la cocina, una en el dormitorio, una en el baño y otra en el comedor donde me senté a escribir esta nota. Mientras encendía la compu portátil me di cuenta que el wifi no funcionaba por lo tanto no tenía internet.

Como es de costumbre quise encender la tele para ver el partido de fútbol, la vela de la sala, consumida por la mitad, esa luz cálida producto del fuego y el cebo, me volvió a la realidad, no había electricidad.

Agarré mi celular y me puse a revisar todos los mensajes que por estar en este experimento no pude leerlo a su debido tiempo, después de pasar varios minutos, alumbrando por todos lados con el reflejo de la pantalla me di cuenta que la batería tenía sólo 10%, automáticamente agarré el cargador que estaba en el velador, metí el enchufe y me acordé que estaba sin electricidad, a los veinte minutos el ultimo pi de la batería me avisaba que estaba sin celular, sin llamadas, sin Facebook, sin Instragram, sin WhatsAap, sin fútbol, sin agua caliente, sin luz.

Las velas colocadas por toda mi casa estaban en su fase final, rápidamente coloque otras velas para que no quede en tinieblas, me senté en el sillón a pensar que pasaría si no hubiera electricidad. Sin energía eléctrica no tendríamos correos electrónicos, ni funcionarían los semáforos, ni lo equipos médicos en los hospitales, ni las estaciones de bombeos de agua potable, no servirían las heladeras, ni el aire acondicionado, ni la televisión, ni la computadora, ni las Tablet, ni los cajeros automáticos, no abrirían los supermercados, ni las oficinas privadas ni públicas, no habría cines, ni helados, ni gaseosas, ni tortas, ni postres, miles de personas se quedarían atascadas en los ascensores, parques de diversiones, no habría vuelos de aviones por falta de funcionamiento en las torres de control, las escaleras eléctricas pararían y los alimentos refrigerados se descompondrían. Etc.

Me dio hambre, iluminado con una vela fui a la heladera, la leche estaba agria y un olor nauseabundo salía del fondo, aprovechando la oscuridad dormiré pensé mientras me dirigía al cuarto principal, el calor sofocante impidió mi propósito, mientras pestañeaba seguido buscándole al sueño, pensé Venezuela.
Me dormí con la sensación de que yo no era el único que había sufrido esa noche, ellos, los venezolanos, lo vienen sufriendo hace días. Por suerte grabé este documento cuando colocaba el punto final.

Lic. José Fernando Suárez Sanguino
Comunicador Social

viernes, 5 de abril de 2019

Reflejo perdido


Siempre lo odie desde niño, cada vez que te miraba veía esa sonrisa falsa o esos dientes torcidos o esos bellos empezando a apuntar o esa mirada fija que clavaba los ojos.

Ellos, los espejos cabrones en vez de consolarme con mentiras más o menos piadosas me sostenían cruelmente la mirada.

Y cada vez que le preguntaba, algo fijamente, me volvían a la realidad,
esa realidad inventada, cruel y mentirosa que te hace llorar de vez en cuando.

Esa realidad que es la real pero lo que no deseaste, esa realidad que muchas veces es más de lo que soñaste.

Y, te volvía a mirar, ya sea en la mañana o en la noche, buscando que me transportes a otro lugar, algo lejano, lejos de todo el ruido diario y las fórmulas matemáticas.

Y, siempre te odie, quizás por tu crueldad para mostrarme las cosas o tu sinceridad, te odie,

Ahora, después de años de compartir cosas juntas, entre llantos, rasuradoras, peinados  y mirados, simplemente me queda el consuelo de tener un reflejo perdido.

Lluvia en Blanco y Negro

Ahora llovió, y mientras yo esperaba es bendito mensajes que algunas veces tarde en 

llegar pero llega,

mientras en mi cabeza, la lluvia mojaba las neuromas y mis dedos tecleaban letras sin 

sentidos,

y copie la letra de esa canción,

esa que nunca había escuchado,

y en esa espera intensa y eterna, me di cuenta

que afuera llovía, llovía en blanco y negro

y los mensajes llegaron mojados.

Sabina


A los 14 parece que fue ayer el rey Melchor se lo hizo bien conmigo y me trajo por fin una guitarra. Aquel adolescente ensimismado que era yo con granos y complejos en lugar de empollar física y químicamente mataba las horas rimando en un cuaderno a rayas versos llenos de odio contra el mundo y los espejos. El mundo lejos de sentirse aludido seguía girando que era lo suyo, desdeñoso sin importarle un carajo mi existencia y los espejos cabrones en vez de consolarme con mentiras más o menos piadosas me sostenían cruelmente la mirada.

Vivía en un sitio que se llamaba Ubeda, algunas noches mientras mis padres dormían, me daban las diez y las once y las doce y la una, practicando con sordina  en mi flamante guitarra los flamantes acorde de blanca y radiante va la novia o iniciándome en el furtivo y noble arte de la masturbación o suspirando por mi vecina una rubia devote que suspiraba por un idiota moreno que tenía una bici de carreras y jugaba al baloncesto. Solo se me ocurrían tres maneras de  atraer su atención. Triunfar en el toreo, atracar un banco o suicidarme, lo malo es que las tres exigían una sobre dosis de valor que yo ay de mí no poseía. Yo poseía mi cuaderno a rayas cada vez más lleno de ripios contra el mundo, mi guitarra cada vez más desafinada y un plano del paraíso que resultó ser falso. Y la vida previsible y anodina como una tarde de lluvia en blanco y negro, pero en la pantalla del ideal cinema cuando no daban una de romanos, el viento golfo de manhatan le subía la falda a marilin y era domingo y no había clases y los niños de provincia soñábamos despiertos y en tecnicolor con pájaros que volaban y se comían el mundo. Y el mundo me que quería comerse los pájaros que anidaban en mi cabeza, pongamos que se llamaba Madrid. Así que un día me subí sin un billete de vuelta al vagón de tercera de uno de aquellos sucios trenes que iban hacia el norte, me apee en la estación de atocha y aprendí que las malas compañías no son tan malas, y que se puede crecer al revés de los adultos y supe al fin a que saben los aplausos y los besos y el alcohol y la resaca y el humo y la ceniza y lo que queda después de los aplausos y los beso y el alcohol y la resaca y el humo y la ceniza, tal vez por eso mis canciones quieren ser un mapamundi del deseo, un inventario de la duda, siete crisantemos con espinas.

Y cuando las cartas vienen malas y amenazan tormentas y los dioses se ponen intratables y los hoteles no son dulces y todas las calles se llaman melancolía todavía fantaseo con debutar picadores o con desvalijar sucursales de banestos o comprobar mi suerte con la ruleta rusa, pero ahora en lugar de tirarme las ventas de espontaneo o escribirle una carta póstuma a Garzón o ahorrar para un esmit and beson del especial escribo en tecnicolor las canciones de las noches perdidas, para vengarme de tantas tardes de lluvia en blanco y negro de tantos hombres de traje gris de tantas rubias devotas que se van con idiotas morenos que juegan al baloncesto, de tantas bocas adorables que nunca fueron mías, que nunca serán mías.

Aquellos granos trajeron estas cicatrices y aquellos miuras que nunca toree me cosieron a cornadas el alma, pero no me quejo, tengo amigos y memorias y risas y trenes y bares y una mala salud de hierro, y un puñado de canciones recién salidas del horno que me tienen orgullosos como un padre primerizo que babea y de cuando en cuando una rubia devote que me tira un beso desde el público aprovechando un despiste de su novio ese idiota moreno que juega al baloncesto. 
Joaquin Sabina